Era una mañana de lunes que había llegado demasiado temprano a su cama. Aún le repercutía el fin de semana y la fiesta que se había cargado. Con todo el pesar y la flojera que lo invadían, sabía que tenía una obligación, responsabilidades de adulto que bien conocía y desempeñaba. Pronto se bañó, desayunó y salió a trabajar. El dolor de cabeza hacía que sus cienes pulsaran.
En el taxi camino al sitio de la obra, escuchó a unos comentaristas matutinos haciendo chistes de un borracho al que habían captado las cámaras durante el fin de semana, un tipo que decía una palabra como un grito de guerra positivo para superarse y lograr todo. Los locutores se divertían a desmedida con esta palabra inexistente, una onomatopella de un suceso metafísico que nadie en sus cinco sentidos ha podido escuchar; eso es lo que pensó el ingeniero al escucharlo. Con un respiro profundo, se sintió muy sofisticado para ese tipo de humor, le dio orgullo y un poco de arrogancia.
Al salir del taxi, el arquitecto y otros ejecutivos encargados de la administración y el financiamiento del proyecto inmobiliario lo saludaron y de inmediato hablaron sobre negocios; querían saber si era posible instalar una alberca comunal en vez de individuales para cada edificio, si la ubicación era óptima en términos de seguridad, ¿Cuando se podían poner en preventa los departamentos? Cuestiones que hacían que la presión sanguinea en la cabeza del ingeniero aumentara; con cada pregunta exigiendo respuestas concretas para generar las ganancias máximas, sentía que no podía más y recordó aquello que siempre lo ayudaba a salir de situaciones parecidas con éxito; en su mente, tomó la fuerza para seguir adelante y soltó un grito silencioso, escuchado entre los corredores encefálicos dentro de su craneo. Siguió adelante, respondió como un profesional porque, después de todo, era un profesional.
Paseando por la obra negra, él y el arquitecto mostraban lo que sería un paraiso dado a precio módico mientras, juntos, planeaban los mejores recursos para vender la propiedad. Notó, de pronto, que uno de los albañiles comenzó a gritar una palabra sin sentido al mirarlo; fue entonces que recordó haberse percatado de otros albañiles que reían mientras pasaba junto a ellos, algo a lo que no le dio importancia hasta ese momento. Se tardó un poco más en percatarse que esa palabra sin sentido, gritona y sarcástica, era la misma que aquellos locutores de radio que había escuchado de camino al trabajo. "Debe ser una moda, algo que algún comediante barato dijo en su programa de anoche", dijo a si mismo, con un poco de incredulidad hacía su comentario.
Mientras caminaba a la fonda donde él y el arquitecto comerían, vieron que muchos estudiantes y gente de puestos medianos en oficinas gritaban esa palabra, lo veían y reian, a veces todo al mismo tiempo. Sintió que sus pensamientos que ponderó eran correctos, ya que, a su percepción, era un fenómeno nacional.
Sentía que el día fue largo aunque en verdad hizo poco, su dolor de cabeza se había disipado conforme su traje, modesto pero presentable, se había llenado de polvo; era ya noche y no recordaba si escuchó la palabra esa desde la hora de la comida, había perdido interés porque sabía que no tenía que ver con él, era una coincidencia; pensamientos megalomaniacos que contradecían su forma de ser. Ignoraba una voz dentro de su cabeza que le hacía dudar, pensar que tal vez, de alguna manera, ese grito y él tenían relación, aunque logicamente fuera imposible.
Estaba cansado pero debía revisar unos documentos que le enviaron de la oficina del arquitecto, así como unos recados que los inversionistas le hicieron llegar a través del día; al pulsar el botón de encendido, reflexionó como no era una persona apegada a la tecnología, lo cual hizo que su boca se enchuecara a modo de mueca. Al entrar a la bandeja de entrada de su servicio de correo, notó un email de su hijo con un título un poco alarmante, las palabras se leían agresivas, pero de un modo de advertencia, protectoras, buscando lo mejor: "Debes saberlo, por tu bien". Abrió el correo para encontrar una liga a un video de YouTube; aunque no había visto muchos videos, sabía del sitio, sus servicios y funcionamiento, pero primero procedió a leer el mensaje de su hijo. Decía lo siguiente:
"Papá, espero estés bien. Descubrí esto, pero no te juzgo, solo quiero que lo veas para que entiendas las cosas. Atte. Daniel."
Le provocaba un poco de alarma las palabras de Daniel, sabía que no lo lastimaría porque su relación era en muy buenas términos. En mejores términos que la de muchos padres con hijos de esa edad; no podían ser malas noticias, pero no dejaba de pensar que algo horrible se escondía detrás de esa liga.
Le dió un click y esto hizo que una ventana se abriera, el video no tardó en cargar y pronto rodaba. Su seriedad y consternación se tornan en horror al ver las imágenes florecer. Allí estaba, era indudablemente él mismo, pero no se reconocía. Era como una persona actuando como él, en una burda parodia de sus ademanes, voz y proyección, borracho hasta el desconocimiento. Parpadeaba, su boca se quedó semi abierta en asombro. Entonces comenzó a recordar su sábado por la noche, la reunión con sus amigos de juerga en la escuela secundaria, con los que de vez en vez compartía tragos para recordar viejos tiempos, de cuando se saltaron la barda de la embotelladora de cerveza para tomar o cuando le robaron la bolsa a la entonces novia, ahora esposa, de Quique; él era un padre, un esposo, un ingeniero, una persona responsable, serio y profesional, pero con sus amigos, se revertía a la edad de 14 años, y muchas veces se dejaba perder el cordón que lo ataba a la realidad adulta. ¿Qué podría pasar? ¿Relajarse y divertirse? ¿Qué no tiene derecho a eso?
Sí, pensaba, estaba muy pasado de copas, se veía desaliñado y de muy poco criterio y elegancia; sí, arrastraba las palabras y probablemente vomitaría en pocos minutos. Pero cada una de las palabras que decía eran la verdad, era con lo que había regido su vida desde que tomó control sobre ella; todo aquello era en lo que creía, su religión si no hubiera nacido católico. Tomar fuerza ante las situaciones, sacar todo lo mejor de uno para lograr sus metas, no dejarse abatir si aún quedaba vida y esperanza; todo eso lo creía, pero se escuchaba burdo e increíblemente infantil en labios de un borracho captado para la televisión para mostrar una nota jocosa en medio de noticias sobre narcofosas y prostitución infantil. Vio y escuchó como su filosofía se empuercaba y caía en broma, lo que los espectadores sin duda consideran balbuceos de un borracho idiota cualquiera; pero el creía en cada una de esas palabras.
Cada una de esas palabras excepto una.
Mientras las imágenes atravesaban su pupila y su dedo pulsaba el botón de "repetir", escuchaba una y otra vez el sonido que sus labios emitían para describir el fenómeno de tomar control sobre uno mismo y sacar lo mejor, la fuerza y el espíritu para lograr los cometidos; escuchaba una y otra vez y se atormentaba, porque su cerebro, ahogado en alcohol, no pudo recordar la palabra que encerraba todos estos conocimientos, y emitió un sonido chistoso a falta de razón y fluidez en la lengua. "¡FUAAAA!", retumbaba en sus tímpanos, y sentía la vergüenza de ser visto por su madre mientras se masturbaba y el dolor de un clavo en su pulgar. No lo contuvo por mucho tiempo y apagó la computadora, pulsando el botón, con un dramatismo digno de una telenovela.
Después de unos minutos de silencio, en su departamento rentado, sentado en su pequeño escritorio, reaccionó y se dio cuenta que no habían pasado pensamientos por su cabeza; por primera vez en su vida, estaba en blanco. Justo en ese momento, pensó en la palabra que utiliza para salir adelante, esa que no recordó por lo que comenzó a gritar "¡FUAA!" frente a las cámaras. Visualizó la palabra, tragó saliva que sintió pesada como si hubieran plomo disuelto en ella, y dejó de pensar.
Entonces prendió su computadora de nuevo para atender los asuntos pendientes del negocio. Volvió a pensar en la palabra y lo lejos que estaba de eso que todos denominan como "¡FUAA!"
El fanfic es cultura.
En el taxi camino al sitio de la obra, escuchó a unos comentaristas matutinos haciendo chistes de un borracho al que habían captado las cámaras durante el fin de semana, un tipo que decía una palabra como un grito de guerra positivo para superarse y lograr todo. Los locutores se divertían a desmedida con esta palabra inexistente, una onomatopella de un suceso metafísico que nadie en sus cinco sentidos ha podido escuchar; eso es lo que pensó el ingeniero al escucharlo. Con un respiro profundo, se sintió muy sofisticado para ese tipo de humor, le dio orgullo y un poco de arrogancia.
Al salir del taxi, el arquitecto y otros ejecutivos encargados de la administración y el financiamiento del proyecto inmobiliario lo saludaron y de inmediato hablaron sobre negocios; querían saber si era posible instalar una alberca comunal en vez de individuales para cada edificio, si la ubicación era óptima en términos de seguridad, ¿Cuando se podían poner en preventa los departamentos? Cuestiones que hacían que la presión sanguinea en la cabeza del ingeniero aumentara; con cada pregunta exigiendo respuestas concretas para generar las ganancias máximas, sentía que no podía más y recordó aquello que siempre lo ayudaba a salir de situaciones parecidas con éxito; en su mente, tomó la fuerza para seguir adelante y soltó un grito silencioso, escuchado entre los corredores encefálicos dentro de su craneo. Siguió adelante, respondió como un profesional porque, después de todo, era un profesional.
Paseando por la obra negra, él y el arquitecto mostraban lo que sería un paraiso dado a precio módico mientras, juntos, planeaban los mejores recursos para vender la propiedad. Notó, de pronto, que uno de los albañiles comenzó a gritar una palabra sin sentido al mirarlo; fue entonces que recordó haberse percatado de otros albañiles que reían mientras pasaba junto a ellos, algo a lo que no le dio importancia hasta ese momento. Se tardó un poco más en percatarse que esa palabra sin sentido, gritona y sarcástica, era la misma que aquellos locutores de radio que había escuchado de camino al trabajo. "Debe ser una moda, algo que algún comediante barato dijo en su programa de anoche", dijo a si mismo, con un poco de incredulidad hacía su comentario.
Mientras caminaba a la fonda donde él y el arquitecto comerían, vieron que muchos estudiantes y gente de puestos medianos en oficinas gritaban esa palabra, lo veían y reian, a veces todo al mismo tiempo. Sintió que sus pensamientos que ponderó eran correctos, ya que, a su percepción, era un fenómeno nacional.
Sentía que el día fue largo aunque en verdad hizo poco, su dolor de cabeza se había disipado conforme su traje, modesto pero presentable, se había llenado de polvo; era ya noche y no recordaba si escuchó la palabra esa desde la hora de la comida, había perdido interés porque sabía que no tenía que ver con él, era una coincidencia; pensamientos megalomaniacos que contradecían su forma de ser. Ignoraba una voz dentro de su cabeza que le hacía dudar, pensar que tal vez, de alguna manera, ese grito y él tenían relación, aunque logicamente fuera imposible.
Estaba cansado pero debía revisar unos documentos que le enviaron de la oficina del arquitecto, así como unos recados que los inversionistas le hicieron llegar a través del día; al pulsar el botón de encendido, reflexionó como no era una persona apegada a la tecnología, lo cual hizo que su boca se enchuecara a modo de mueca. Al entrar a la bandeja de entrada de su servicio de correo, notó un email de su hijo con un título un poco alarmante, las palabras se leían agresivas, pero de un modo de advertencia, protectoras, buscando lo mejor: "Debes saberlo, por tu bien". Abrió el correo para encontrar una liga a un video de YouTube; aunque no había visto muchos videos, sabía del sitio, sus servicios y funcionamiento, pero primero procedió a leer el mensaje de su hijo. Decía lo siguiente:
"Papá, espero estés bien. Descubrí esto, pero no te juzgo, solo quiero que lo veas para que entiendas las cosas. Atte. Daniel."
Le provocaba un poco de alarma las palabras de Daniel, sabía que no lo lastimaría porque su relación era en muy buenas términos. En mejores términos que la de muchos padres con hijos de esa edad; no podían ser malas noticias, pero no dejaba de pensar que algo horrible se escondía detrás de esa liga.
Le dió un click y esto hizo que una ventana se abriera, el video no tardó en cargar y pronto rodaba. Su seriedad y consternación se tornan en horror al ver las imágenes florecer. Allí estaba, era indudablemente él mismo, pero no se reconocía. Era como una persona actuando como él, en una burda parodia de sus ademanes, voz y proyección, borracho hasta el desconocimiento. Parpadeaba, su boca se quedó semi abierta en asombro. Entonces comenzó a recordar su sábado por la noche, la reunión con sus amigos de juerga en la escuela secundaria, con los que de vez en vez compartía tragos para recordar viejos tiempos, de cuando se saltaron la barda de la embotelladora de cerveza para tomar o cuando le robaron la bolsa a la entonces novia, ahora esposa, de Quique; él era un padre, un esposo, un ingeniero, una persona responsable, serio y profesional, pero con sus amigos, se revertía a la edad de 14 años, y muchas veces se dejaba perder el cordón que lo ataba a la realidad adulta. ¿Qué podría pasar? ¿Relajarse y divertirse? ¿Qué no tiene derecho a eso?
Sí, pensaba, estaba muy pasado de copas, se veía desaliñado y de muy poco criterio y elegancia; sí, arrastraba las palabras y probablemente vomitaría en pocos minutos. Pero cada una de las palabras que decía eran la verdad, era con lo que había regido su vida desde que tomó control sobre ella; todo aquello era en lo que creía, su religión si no hubiera nacido católico. Tomar fuerza ante las situaciones, sacar todo lo mejor de uno para lograr sus metas, no dejarse abatir si aún quedaba vida y esperanza; todo eso lo creía, pero se escuchaba burdo e increíblemente infantil en labios de un borracho captado para la televisión para mostrar una nota jocosa en medio de noticias sobre narcofosas y prostitución infantil. Vio y escuchó como su filosofía se empuercaba y caía en broma, lo que los espectadores sin duda consideran balbuceos de un borracho idiota cualquiera; pero el creía en cada una de esas palabras.
Cada una de esas palabras excepto una.
Mientras las imágenes atravesaban su pupila y su dedo pulsaba el botón de "repetir", escuchaba una y otra vez el sonido que sus labios emitían para describir el fenómeno de tomar control sobre uno mismo y sacar lo mejor, la fuerza y el espíritu para lograr los cometidos; escuchaba una y otra vez y se atormentaba, porque su cerebro, ahogado en alcohol, no pudo recordar la palabra que encerraba todos estos conocimientos, y emitió un sonido chistoso a falta de razón y fluidez en la lengua. "¡FUAAAA!", retumbaba en sus tímpanos, y sentía la vergüenza de ser visto por su madre mientras se masturbaba y el dolor de un clavo en su pulgar. No lo contuvo por mucho tiempo y apagó la computadora, pulsando el botón, con un dramatismo digno de una telenovela.
Después de unos minutos de silencio, en su departamento rentado, sentado en su pequeño escritorio, reaccionó y se dio cuenta que no habían pasado pensamientos por su cabeza; por primera vez en su vida, estaba en blanco. Justo en ese momento, pensó en la palabra que utiliza para salir adelante, esa que no recordó por lo que comenzó a gritar "¡FUAA!" frente a las cámaras. Visualizó la palabra, tragó saliva que sintió pesada como si hubieran plomo disuelto en ella, y dejó de pensar.
Entonces prendió su computadora de nuevo para atender los asuntos pendientes del negocio. Volvió a pensar en la palabra y lo lejos que estaba de eso que todos denominan como "¡FUAA!"
El fanfic es cultura.
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